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Carrete de 36. Fernando Castillo.-NUEVO

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A estrenar.

Edirtorial Renacimiento 2021. Col. Los Cuatro Vientos 190

21x15 cm 328 pág.

Una sugerente colección de treinta y seis instantáneas fotográficas analizadas por Fernando Castillo.

Bajo cubierta marsellesa, náutica e inmortal de nuestro común amigo Bernard Plossu, lo que el lector tiene entre sus manos es una sugerente colección de treinta y seis instantáneas fotográficas, todas ellas en blanco y negro, y de la autoría de un escogido ramillete de artistas de la cámara, reunidas (a modo de museo imaginario) y analizadas por Fernando Castillo, historiador, escritor y tintinólogo, ocasional practicante también del arte de la fotografía, y del de los pinceles. A la vista de este personalísimo repaso a los frutos de un arte cuya aparición a comienzos del siglo XIX revolucionó todos los demás, pensamos en aquello de Godard de que hay que meterlo todo en una película. Pese a que sólo se trata de una selección breve, el madrileño ha metido en este libro, en apretada síntesis, todo o casi todo lo que le gusta, las ciudades y los agentes dobles, los años oscuros y los días luminosos, los carteles y las passantes, los neones y la arquitectura funcionalista, los submarinos y los cafés... Desfilan por sus páginas fotografías realizadas a lo largo del siglo pasado por Rodchenko, August Sander, Germaine Krull (vía no una obra propia sino una foto encontrada que le hace pensar en ella), Ilse Bing, Herbert List, Sudek el pragués, los porteños Horacio Coppola y Saamer Makarius, Tina Modotti, Dorothea Lange, Manuel Álvarez Bravo, el subjetivista Otto Steinert, Ernst Haas, Nicolás Muller, Jesse Fernández, el propio Plossu... Más cantores obsesivos de París (en la estirpe de Atget) como Cartier-Bresson, Izis o Willy Ronis, o de Nueva York (en la estirpe de Stieglitz) como Steichen, Weegge o Winogrand. No faltan los traspapelados: Horácio Novais, fotorreportero que supo decir como nadie la Lisboa City of Spies de los años de la Segunda Guerra Mundial; el doliente narrador francés Luc Dietrich en su faceta de fotógrafo; el napolitano y metafísico Giuseppe Cavalli; o allende el Estrecho, el africanista Bartolomé Ros, o el tangerino e improbable Félix Candel (el penúltimo libro del autor, por cierto que autoilustrado con fotografías, es sobre esa ciudad mítica), me sospecho (pese a la bibliografía citada) que más primo hermano de Jusep Torres Campalans o de Pavel Hrádok que del autor de Donde la ciudad pierde su nombre. En definitiva, un libro coral, de alta intensidad literaria, que hará las delicias de los amantes de las ciudades, de la fotografía, y de la escritura sobre ciudades y fotografía. Juan Manuel Bonet

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