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ANTONIO GIL DE ZÁRATE 1841 Introduccion à la historia moderna, ó exámen de los diferentes elementos que han entrado á constituir la civilizacion de los actuales pueblos europeos
LECCIONES DADAS EN EL LICEO ARTÍSTICO Y LITERARIO DE MADRID
CON 291 PÁGINAS
EDITADO POR REPULLÉS
EN MADRID
EN EL AÑO 1841
ENCUADERNADO EN MEDIA PIEL
BIEN CONSERVADO
CORREO 5,5€
Gil y Zárate, Antonio. El Escorial (Madrid), 1.XII.1793 – Madrid, 17.I.1861. Catedrático, político, crítico literario, escritor, dramaturgo y filólogo.
Hijo del estimable actor Bernardo Gil y de Antonia Zárate, nació en El Escorial, cuando la compañía cómica “De los Sitios” se encontraba representando en dicha localidad. Sus primeros estudios los realizó con un preceptor en Madrid, ingresando poco después en el Real de San Isidro. No obstante, cuando aún no había terminado su formación allí (1802), su padre le envió a concluir su educación a un colegio establecido en Passy, en las inmediaciones de París, donde destacó enseguida, particularmente en poesía. Según una anécdota recogida por el académico Eugenio de Ochoa, acudía a las Novelas Ejemplares cervantinas como “diccionario” para recordar aquellas palabras castellanas que en su niñez había olvidado por el francés.
Una vez concluida su educación parisina, regresó a España en 1811, apareciendo como alumno de la cátedra de Física Experimental de San Isidro, desempeñada por Antonio Gutiérrez. “Las ciencias físico-matemáticas absorbían por entonces toda la atención del señor Gil”, recuerda Ochoa, siendo su inicial objetivo dedicar su vida a ellas, a tal punto que en 1813 renunció a un empleo obtenido en la secretaría del Ayuntamiento de Madrid. Su formación físico-matemática perduró hasta 1820, a caballo entre Madrid y París, adonde regresó durante dos años. Pero, “persuadido de que para propagar y vulgarizar las materias científicas se necesita amenizarlas con los adornos de la Literatura”, siguiendo a Laplace, Biot, Cuvier y otros, empezó a retomar su vocación literata compaginándola con el estudio de los números. La censura religiosa y política que vivió durante esos años de su formación en Madrid, en pleno clima postbélico y entrante en el deseado liberalismo y en el desamparo liberal por el retorno al absolutismo, le hizo abandonar el estudio matemático para dedicarse por completo a la literatura, dentro del grupo de escritores-políticos típicamente románticos, que Olózaga denominaba “El grupo de la Cuchara”, con el fin político de acabar con ese paréntesis “de angustia y sobresalto”. Una sociedad literaria que fue perseguida por la policía inquisitorial del padre Chávarri, por su evidente implicación con la causa liberal.
Entre 1815 y 1820 realizó diversas traducciones dramáticas, retomando sus incipientes dotes de dramaturgo por las que había despuntado durante su niñez en París; obras que se representaron en el teatro de La Cruz. No obstante, en aquellos años sus deseos continuaban siendo obtener la cátedra de Física que el Ministerio de Hacienda proyectaba establecer en Granada, pero sobrevino la Revolución de 1820 y su necesidad de conseguir empleo, obteniendo el de escribiente del Ministerio de la Gobernación, donde ascendió a oficial de archivo.
La violenta reacción política de 1823 le imposibilitó regresar a Madrid por haber sido oficial de la Milicia Nacional, debiendo permanecer “exiliado” en Cádiz, patria de las ideas liberales. En 1816 escribió la comedia La Cómico-manía, en prosa, con objeto de criticar las comedias “caseras”, y en 1822 La Familia catalana y El Entremetido, ambas en romance. La primera se representó en Madrid en 1825, estando él todavía ausente, y las últimas en 1826, cuando ya había obtenido licencia del Gobierno para regresar a la capital. Bretón de los Herreros, en la biografía que realizó sobre Gil y Zárate, expone cómo la censura que impuso la restauración del absolutismo en 1823 afectó también a su teatro, sufrimiento que recoge Antonio María Segovia en un artículo biográfico que publicó en la colección Escritores contemporáneos. En 1826 Gil y Zárate escribió las comedias Cuidado con las novias y Un año después de la boda y en 1827 tradujo la tragedia D. Pedro de Portugal, que se representó en dichas condiciones en el teatro de La Cruz, e igual le ocurrió cuando presentó su primera comedia original, de impronta todavía neoclásica, Don Rodrigo, último rey de los godos (1834), que finalmente logró representarse, aunque no así sus otras dos traducciones, Artajerjes y El Czar Demetrio y otra tragedia original, Blanca de Borbón (1835), a caballo entre el corte neoclásico y el Romanticismo, pero en la que ya se aleja de Boileau, La Harpe y Lemercier y se aproxima a Ducange, Hugo y Dumas, reinterpretando el código aristotélico.
Desanimado por la censura, abandonó la dramaturgia para dedicarse a la enseñanza de francés en la Escuela de Comercio del Consulado de Madrid, cuya cátedra obtuvo por oposición en 1828. Éste fue el inicio de su dedicación a la Administración Pública. A fines de 1832, entró de redactor en el Boletín de Comercio (posteriormente Eco), destacando por sus intervenciones en política, ciencias, administración y literatura, lo que hizo que el Gobierno le nombrase oficial del Ministerio de Gobernación en 1836, cargo que le obligó a abandonar temporalmente el mundo literario. Redactó el preámbulo del Plan de estudios del duque de Rivas (1836) junto a Cristóbal Bordiú y Vicente Vázquez- Queipo, así como los de los dos Proyectos de organización y atribuciones de los ayuntamientos y el de la libertad de imprenta de 1839, abogando ya por la reforma de la enseñanza. En este tiempo, alternaba su ocupación como político con la redacción de artículos para la Revista de Madrid, la publicación con Bordiú de cuadernos políticos y administrativos y la redacción, para el Semanario pintoresco, de varias biografías de personajes históricos, empezando a desempeñar la cátedra de Historia del Liceo de Madrid, cuyas lecciones aparecieron publicadas. Para el teatro del Liceo escribió Rosamunda y Guzmán el Bueno en un intento de resarcirse de la crítica producida por Carlos II el Hechizado (1837), criticado duramente por su amoralidad y anticlericalismo. Estuvo presente en el entierro de Larra, donde González Bravo le presentó a un joven Zorrilla. Entre ese ambiente fue inmortalizado por Esquivel, en la famosísima Lectura de Zorrilla en el estudio del pintor (1846). Asimismo, también figura en el lienzo de Luis López Piquer, La coronación de Quintana (1859), junto a Hartzenburg, Vicente Barrantes, Ventura de la Vega y Sebastián de Olózaga.
La Revolución del 1 de septiembre de 1840 le despojó de su empleo en la Administración, dedicándose de nuevo por completo a la Literatura, escribiendo D. Álvaro de Luna (1840), Massianello, Un monarca y su privado, Matilde y D. Trifón o Todo por el dinero (1841) y tres odas: Amnistía, Libertad y Sitio de Bilbao, según cuenta la biografía de José de La Revilla en su biografía publicada en el tomo segundo de la Galería de Españoles célebres contemporáneos (1842).
Hasta julio de 1843 continuó dedicándose exclusivamente a las Letras, iniciando su Manual de Literatura en dos tomos (1842 y 1844), destinado a la enseñanza y en el que se une su historia con el espíritu de nacionalidad y el mérito literario. De la misma época son Un amigo en el candelero, Cecilia la cieguecita (1843), La Familia Falkland, Guillermo Tell y El Gran Capitán; así como ensayos costumbristas como El empleado, publicado en Los Españoles pintados por sí mismos.
La Revolución de 1843 y Fermín Caballero pusieron fin a su retiro literario, devolviéndole a su actividad en la Administración Pública, nombrándole secretario del Ministerio de la Gobernación. Con Pidal como ministro de la Gobernación fue también jefe de sección de Instrucción Pública, y le fue encargada la redacción del Plan de Estudios (1844), del cual fue su autor principal, siendo auxiliado por José de La Revilla y Pedro Juan Guillén. Según Artola, este Plan “representa la anhelada ordenación general de la enseñanza”, centralizando las universidades, secularizando la enseñanza en general y contemplando la gratuidad en la primaria. Como consecuencia de este Plan se creó la Dirección General de Instrucción Pública, y él fue su primer director en el recién creado Ministerio de Comercio, Instrucción y Obras Públicas (del que en 1850 fue subsecretario), hasta que la reforma administrativa moderada la incorpore, por Real Decreto de 20 de octubre de 1851, al Ministerio de Gracia y Justicia.
Fue académico de honor y académico numerario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Habiendo sido nombrado académico honorario en 1839, supernumerario en 1840 y desde 1841 numerario en el Sillón P de la Real Academia Española, ésta le estimaba mucho por su cargo en la Instrucción Pública, recordando el “socorre enseñando” de sus inicios ilustrados. Participó en la redacción de los nuevos Estatutos que la Real Academia Española aprobó el 13 de marzo de 1848 como consecuencia de la renovación en la concepción de su política de actuación: “popularizarse entre las masas”, recordaba Mariano Roca de Togores, marqués de Molins, en 1870, a la vez de preservar las buenas relaciones con la alta sociedad, tanto en la política como en la cultura, manteniendo igualmente el tradicional buen trato con la Corona. Era la consecuencia de la adaptación de la Real Academia Española a la nueva situación social: del concepto elitista ilustrado al Estado “soberano” liberal, fruto de la nueva sociedad burguesa posterior a la invasión napoleónica, que conformó una Academia diferente a la dieciochesca, dominando el patrón que cumplía Gil y Zárate: una conjunción de políticos y escritores, concienciándose de su realidad como institución. En su redacción le auxiliaron otros dos académicos: Manuel Bretón de los Herreros y Ventura de la Vega. Fueron aprobados por el Gobierno de Bravo Murillo en 1848, siendo director de la Academia Martínez de la Rosa. Ese mismo año ingresó José Joaquín de Mora, al que le dio respuesta Gil y Zárate.
Hacia 1850 ya había ocupado la Secretaría del Rey, había sido distinguido caballero de la Orden de Carlos III y comendador de la Orden de Isabel la Católica. Murió el 17 de enero de 1861, y su biografía y necrología fueron redactadas por Antonio Ferrer del Río y leídas en el pleno al día siguiente de su muerte. Según Ochoa, Gil y Zárate destacó como “periodista, empleado de alta categoría, poeta y dramático”. Para Alonso Zamora Vicente era una “personalidad anclada en el mundo romántico”. Asimismo, figura entre los recuerdos juveniles de Mesonero Romanos: “[...] era el oráculo de la juventud estudiosa de aquel tiempo”, incluyéndole dentro del grupo de jóvenes literatos en las tertulias madrileñas de la década de 1820, junto a Cambronero y José de La Revilla. Su discípulo fue el también dramaturgo, poeta y escritor, Antonio García Gutiérrez.
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