Gemma está luchando por aquello en lo que cree. La calma de su playa se ve amenazada por una empresa inmobiliaria, por lo que, como protesta dramática contra el magnate Rory Devlin, decide encadenarse como una auténtica sufragista. Esta forma de llamar la atención no tiene precio, pero la habitual entrega de Gemma se ve disminuida por la inconveniente atracción que siente por el empresario. Bonito, rico e implacablemente cínico, ese empresario es todo lo que Gemma ha jurado evitar.