La extraña locura que había afectado a todos los Monkton parecía reaparecer en el único miembro de la familia que todavía quedaba vivo. Y es que el súbito cambio de carácter de Alfred su largo encierro en la abadía de Wincot y su obsesión por encontrar el cadáver de su tío asesinado durante su duelo avivaron las murmuraciones sobre su enfermedad hereditaria.