20 de jun, 2019 por Ignacio del Valle
Los carnets de baile tienen tanto valor artístico como sentimental. Testigos de parejas de baile, repertorios musicales en escenarios de ensueño.
Con carnets de bailes o sin ellos, la esencia del cortejo sigue siendo idéntica. Y los mismos intereses con los pies en la tierra que desbaratan el corazón. Los bailes de sociedad a imitación de las costumbres regias y aristocráticas, a falta de los entretenimientos de pantalla modernos, funcionaban de forma similar a las redes sociales de hoy.
A falta de control parental, la “carabina” o “chaperona” vigilaba las amenazas de la mala compañía de la concupiscencia de la carne. Los bailes de debutantes siguen vigentes con su protocolo y enguantado vestuario de etiqueta. Las puestas de largo, presentación en sociedad y entroncamiento con buenos apellidos para progresar en la cuenta corriente.
En esos complejos lenguajes de abanicos y pañuelos, los carnets de baile registraban el historial de danzas, repertorio musical y accesibilidad a la compañía desde las cortes dieciochescas a los hábitos burgueses en los días de radio. Las mocitas casaderas con su librillo de nácar, las mujeres casadas con su agendita de marfil y las muy señoras viudas con su carné de luto florecido.
La clase media a imitación de la aristocracia y alta burguesía de la revolución industrial adaptó a su economía con folletitos impresos para llevar dicho cuaderno de bitácora al ritmo de un vals, una polka, en las citas de casino o la sociedad de recreo titular.
A través del frufrú de las sagas cinematográficas de Romy Schneider, Sissi Emperatriz o Paquita Rico en ¿Dónde vas Alfonso XII?, incluso series de televisión recientes como la de Victoria y su domesticado príncipe Alberto, los vulgares mortales nos hacemos a la idea de la magnitud de esos eventos de lacayos, reverencia y carruaje.
Gracias a la conservación del patrimonio histórico, podemos contemplar en bermudas lujosos salones de baile, mármoles y taraceas de los palacios reales convertidos en museos. A imitación de estos los bailes con orquesta en directo, las recepciones con baile marcaron la vida social hasta bien entrados los días de la radio.
Como tantas modas y cigüeñas procedentes de París, los carnets de baile con su lapicera amarrada forman parte de la imagen femenina de entonces. Con la función de anotar los turnos de danza comprometidos y tomar nota mental de la destreza psicomotriz, halitosis y conexión con los pretendientes.
Cientos de carnés de baile, joyas con las formas más variadas e ingeniosas, han llegado a todocoleccion desde el ajuar de la bisabuela. También encontrarás carnets sin estrenar. Las normas del saber estar y saber lo que se quiere, o a quién se quiere para pasar un rato.
Los todocoleccionistas más jóvenes que se relacionan a través de corazones eléctricos en Instagram, se quedarán sorprendidos de lo muy poco originales y sutiles que son sus maniobras de cortejo. El carnet de baile, al igual que el teléfono móvil, contaba con su etiqueta: aceptar o rechazar con educación a los pretendientes, corresponder con el primer baile al hijo o hija del anfitrión y hacerse ilusiones de un futuro común.
La sociedad ha evolucionado desde entonces, aunque sigamos enamorándonos y perdiendo la cabeza como personajes de colección.