19 de may, 2020 por Ignacio del Valle
La historia de las campanas, y su influencia en nuestra cultura, ha dado lugar un tipo de coleccionismo muy particular. Conoce el origen de este instrumento sonoro.
El nombre de campana se atribuyó por la pericia de los habitantes de la región de Campania. Fue en esta zona de Italia donde se perfeccionó la técnica del bronce para producir campanas de forma troncocónica de gran tamaño.
Las aleaciones de bronce tienen la propiedad de difundir el sonido. Si bien las campanas son conocidas desde la antigüedad, en el siglo VII se prescribe coronar las iglesias católicas con estos tañidos para ordenar el día en las ciudades. De hecho, la frontera de la vid y el badajo separaba los territorios cristianos del islam en el que las campanas están mal vistas y peor oídas. En la España de la reconquista los toques de arrebato, a misa, tañidos tristes de muerte ya fuese hombre, mujer o niño, han poblado las espadañas de las torres de las iglesias. Durante siglos fue el único medio de comunicación instantáneo.
De las rafias de Almanzor, muy glosada fue la escabechina en Santiago del año 997 donde el moro se cobró el simbólico botín de 56 campanas de la catedral, para reciclarlas como lámparas en la ampliación de la mezquita de Córdoba. Nos han llegado hasta nuestros días tantas campanas añejas que han sobrevivido a saqueos, requisas para reciclar en armas. En estos días también abundan los expolios de ermitas e iglesias remotas que son vandalizadas y despojadas de su voz para acabar en las sucias manos de chatarreros sin escrúpulos, que enmudecen un paisaje antaño vivo y sonoro. En todocoleccion cuentas con más de 2.400 campanas y campanillas afinadas por muchas décadas de tradición.
En nuestras conversaciones cotidianas tenemos expresiones como: “A toque de campana” que viene a significar a voz en grito. “Campana cascada nunca sana” se emplea cuando algo es irreparable. De la España cereal nos llega “Cual es la campana, tal la badajada” que traslada lo de “de tal palo, tal astilla”. Más común te sonará lo de “Echar las campanas al vuelo” para dar publicidad a alguna cosa. En cambio “No haber oído campanas” se refiere a la ignorancia. Y otra más en boga “Oír campanas y no saber dónde” que se refiere a la empanada mental. Por último, dar “la campanada” se atribuye a un escándalo o sorpresa, como por ejemplo encontrar un lote excepcional.
La aleación canónica de las campanas de bronce estaba compuesta por 78% de cobre, 22% de estaño y una proporción de zinc y plomo alquímica. La adición de cobre y estaño estaba censurada. La creencia de incluir monedas de metales de ley en plata y oro para potenciar la sonoridad, parece ser que solo sumaba ruido a la bolsa de los fundidores, dado que en el análisis del bronce de las campanas antiguas los metales preciosos en este caso sí brillan por su ausencia. La forma de la campana se ha conservado, por los siglos de los siglos, a través de la escala campanera. Un reglamento que partía de la unidad fundamental vinculado con el espesor máximo del metal.
Por fortuna para los coleccionistas de campanas, hay campanillas de todas las escalas, materiales y caprichosas formas. Campanas de mesa decorativas en vidrio, cristal de bohemia, murano y Swarovski. Campanas litúrgicas, de sobremesa, en cerámica, latón y metales preciosos que suenan a buena inversión. Un sinfín de recuerdos que mantienen vivo al más sonoro de los coleccionismos.