7 de feb, 2022 por Ignacio del Valle
Merienda infantil y consuelo de adultos. Reconstituyente y sabroso, durante décadas la tableta de chocolate ha endulzado el paladar y los ojos con colecciones a través de su atractivo envoltorio.
Los aztecas recibieron de los mayas la receta del chocolate considerado un brebaje divino. Para su preparación molían las semillas y añadían especias picantes que en principio no agradaron a los europeos. En la América precolombina las semillas de cacao servían de moneda. Durante el siglo XVII el consumo de chocolate preparado con azúcar y vainilla se popularizó entre la aristocracia de la corte de Madrid. La bebida original de las Indias conquistó Europa y no pasó mucho tiempo para que la presentación en tabletas y envoltorios alcanzase la categoría de arte.
Además del cacao, manteca, aromas y especias, el Real Decreto del 22 de diciembre de 1809 de substancias alimenticias incluye al chocolate como “pasta preparada por el molido en caliente del cacao, desprovisto de su cubierta y mezclado con cantidad variable de azúcar y de aroma”. Así se prevenían entonces las falsificaciones y adulteraciones del chocolate con féculas y harinas, grasas de inquietante procedencia como polvo de ladrillo molido, arcillas, rojas, minio y cinabrio para dar color al preparado y de paso envenenar al respetable.
La proporción de azúcar en las tabletas no debía exceder un 60%. Más de un 4% de cascarilla de cacao era considerada como impureza y falsificación. Se toleraba la sustitución parcial del cacao con ingredientes alimenticios siempre que se especificara en las cubiertas de los paquetes la leyenda de “mezcla autorizada”. Todo chocolate que no llevase dicho requisito era considerado como vendido en concepto de puro y, por tanto, falsificado, una vez evidenciado el engaño por su análisis. Los fabricantes de chocolate tenían que presentar, para su aprobación en los laboratorios, las fórmulas de las que se servían, indicando las proporciones y calidad de las substancias empleadas en cada caso y acorde a unas tablas establecidas.
“Chocolates y Dulces Matías López”, casa fundada en 1851, es una de las marcas patrias más conocidas. El empuje del empresario lucense le anima a instalarse en la “Leal Villa de El Escorial” y a partir de 1875 produce chocolate a gran escala. Hábil comerciante en una España analfabeta, encarga la ilustración de su famoso cartel de gordos y flacos que es un clásico de la publicidad decimonónica. A su temprana muerte en 1891, Matías López deja un emporio chocolatero con una factoría de 500 obreros y un peculiar estilo de gestión muy avanzado para su época con significativos beneficios laborales para sus trabajadores en materia de vivienda, educación, sanidad y pensiones que le convirtieron en uno de los fabricantes más importantes de Europa.
Pan, chocolate y a correr. Suchard Plin, Kike, Elorraiga, Nogueroles y Ezquerra alegraban los recreos y meriendas en los patios de colegio. Al igual que las cervezas, las gaseosas, el café o los caramelos por el territorio nacional se extendieron centenares de obradores y pequeñas fábricas, que se acomodan a los tiempos modernos imprimiendo a sus envoltorios toda la capacidad y atractivo. Colecciones de cromos, recortables y promociones por puntos acumulables y canjeables servían de acicate para fidelizar la clientela. La Colonial de Madrid, Chocodulce Cabezas en Astorga o Chocolates Pérez en Villajoyosa, Eudosio López de Huesca, los chocolates Kike de Gerona. Marcas como Loyola y Elgorriaga, Trapa, Valor o Lacasa que siguen presentes en nuestras modernas despensas. Menos de “chocolate del loro” en todocoleccion dispones de cientos de lotes de envoltorios de chocolate, donde viven los recuerdos más dulces.