18 de dic, 2020 por Ignacio del Valle
El 19 de diciembre de 1960 se estrenó “Ben-Hur”, una historia de perdón cristiano. Sus 11 Oscars redimieron al estudio cinematográfico Metro Goldwyn Mayer de una quiebra bíblica dejando a su famoso león afónico con esta apuesta a cuadriga ganadora.
A Lewis Wallace (1827-1905) le dio tiempo para ser abogado, general, político, diplomático y escritor de notable éxito, todo junto sin internet. En 1880 halla la piedra filosofal de los derechos de autor. Como gobernador de Nuevo México destacó por perseguir a Billy el Niño pero su fama le consagra por la autoría de Ben-Hur (1880). Novela protagonizada por un príncipe judío ficticio: Judá Ben-Hur, oprimido por la sandalia romana en los albores del revolucionario cristianismo. El libro se adapta en “versión pirata” al cine mudo y se realiza un film en condiciones hacia 1925, también por la Metro Goldwyn Mayer bajo la dirección de Fred Niblo y la interpretación del galán latino Ramón Novarro, rival de Rodolfo Valentino.
La MGM, con los derechos vigentes, revisa esta historia de conflicto entre amigos mal avenidos por un "quítame de ahí unas tejas": Mesala, el tribuno vengativo, y el angelical Judá. Ambientada en el culmen del Imperio Romano, Ben-Hur escenifica los inicios proscritos del cristianismo, conjuga la fe con la radiografía de la sociedad panteista, aderezando el espectáculo con batallas navales, galeras a pique, adopciones afortunadas, travesías del desierto, carreras de cuadrigas y una historia divina de amor.
Pero el asunto es más terrenal. Los grandes estudios de Hollywood, apoltronados en el “star system”, con el control absoluto de sus estrellas cinematográficas y los géneros, además de realizar las películas, las distribuían y contaban con cadenas propias de salas exhibidoras, un círculo monopolístico perfecto.
En 1948 las “majors” son obligadas a desprenderse por ley de la gestión de las salas de cine y sus muy nutritivos beneficios económico-palomiteros. Para más merma, la popularización de la televisión a partir de 1950 resta cuota de mercado a la gran pantalla. La producción de películas hollywoodienses se desploma a 250 novedades, aproximadamente, en 1959, año del taquillazo de Ben-Hur.
La producción de Ben-Hur costó 15.175.000 US$. Su estreno en salas recaudó 146.900.000 US$ y ganó 11 premios Oscars. En unas cuentas creativas saldrían a 1.379.545 US$ la estatuilla, pero lo más importante de este triple salto mortal de trapecista sin red, es que salvó de la quiebra a la Metro Goldwyn Mayer, dejando a su león mudo en la presentación de la cinta, dado que por respeto devoto, el felino no rugía en la introducción de tan sagrado asunto bíblico. Una apuesta a caballo o cuadriga ganadora que salió bien. Con la misma cosecha de Oscars solo constan a la fecha Lo que el viento se llevó (1939), Titanic (1997) y El señor de los anillos: el retorno del rey (2004).
En los estudios romanos de Cinecittá, especializados en la filmación de peplums y otras ruinas clásicas en mármol y cartón piedra, cayó la lotería de la fama y el trabajo: 300 decorados diferentes, más de 50.000 extras, 15.000 personas de carne y túnica para poblar las gradas del circo romano donde se rodó la carrera de cuadrigas más universal, que ha sido homenajeada a toda “vaina” hasta en la saga Star Wars. Esta secuencia, que se saboreaba tras el intermedio de “Visite nuestro bar”, tardó en rodarse 5 semanas para dejar los 10 minutos más cardíacos para el recuerdo.
Todo fue desorbitado en Ben-Hur: jornadas laborales de 12 a 14 horas diarias 6 días a la semana. Más de 1 millón de accesorios y la no despreciable cifra de 25.000 visitas de mirones para contemplar un rodaje entre los que se encontraron celebrities como Audrey Hepburn y Kirk Douglas, que se quedó con la espada detrás de la oreja para su mítico Espartaco (1960).
El papel protagónico de Ben Judá fue rechazado por Paul Newman, que no deseaba meterse en otra túnica de once varas tras el fiasco de El cáliz de plata (1950) y también por un muy descreído Burt Lancaster, siendo el chico bueno de Charlton Heston quien alcanzara la fama y los laureles celestiales de su único Oscar. Los matices de incienso los traía aprendidos de casa, tras su desempeño en las barbas de Moisés en Los diez mandamientos (1956).
Las escenas en el desierto árabe, la dominación romana, el descenso a las galeras, la batalla naval o el apoteosis circense con la velocidad y apuestas de los deportes de riesgo. En este caso, carreras de cuadrigas con tramposo escarmentado. Milagro y redención. Tras perdonar a un agonizante Mesala, Judá Ben-Hur rescata a su madre y hermana de la lepra tras un breve encuentro con Jesús camino del Gólgota. El símbolo del agua purificadora y calmar la sed justicia, la reciprocidad entre favores de Cristo y Judá son esenciales en la trama de esta creación inolvidable.
Con 60 años a las espadas, Ben-Hur es la referencia cinematográfica obligada en las fechas de celebración cristiana como Semana Santa y Navidades. Incluso con mensajes subliminales velados. Este fenómeno traspasa el coleccionismo cinéfilo de películas y ediciones remasterizadas en todos los soportes coleccionables: fotografías, carteles, barajas, juguetes, ríos de libros, cigarros, sellos, cuchillas de afeitar, bebidas… más de 2.600 lotes llenos de historia y memoria palpable de aquellas superproducciones únicas.