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Futbolín.

6 de may, 2022 por Adrián Cortés

Futbolín: ocio, terapia y colección

El futbolín nació como terapia de guerra, que acabó con la vida y la infancia de muchos niños que sufrieron mutilaciones de sueños que correteaban tras un balón.


Deporte, guerra, entrenamiento y salud forman parte de la misma familia semántica, que generación tras generación galopan por la historia regándonos de inventos que, a la postre, resultan preciados objetos de colección. Bajo este árbol genealógico lúdico-bélico, también nace a inicios del siglo XX el futbolín como juego terapéutico físico y mental.

El futbolín se podría definir grosso modo como un juego de mesa con ejes transversales con palancas con forma de futbolista, que son girados por los jugadores para golpear la pelota con el objetivo de colarla en la portería rival. Uno de los mayores entretenimientos de la sociedad, que mantiene su atractivo con el paso de los años por su diversión y dinamismo.

 

 

Historia marcada por las guerras

Sin embargo, esta definición sería simplificarlo demasiado porque el futbolín tiene sus aristas y su historia está marcada por guerras mundiales, civiles y de patentes. Todo nace en octubre de 1922, cuando a Harold Searler Thorton se le ocurrió viendo un partido de fútbol la idea de jugar a aquel deporte en casa, mientras atravesaba una caja con sus cerillas.

Un año después, logró patentar su invento, en el que originariamente los muñecos tenían forma de bolos, que poco a poco fueron humanizándose hasta la figura actual. Meses después, su tío Louis P. Thorton exportó el futbolín a Estados Unidos y lo patentó como entretenimiento ideal para reeducar a los soldados que habían regresado mutilados de la Primera Guerra Mundial; aunque no sería hasta el fin de la Segunda cuando se popularizó en masa.

 

 

Rehabilitación física y mental

Paralelamente, en un hospital de Barcelona, Alejandro Finisterre se recuperaba de una explosión de una bomba que le alcanzó en Madrid y le había dejado cojo. Este poeta gallego quiso animar a la juventud que le acompañaba en la contienda de la Guerra Civil, a los que el conflicto les había robado la infancia y sus extremidades, permitiéndole jugar al fútbol a aquellos niños a quienes la guerra les impedía correr.

"Ellos miraban jugar a los chicos sanos al fútbol con nostalgia y de esa mirada nació el futbolín. Los primeros campeones fueron precisamente los chicos mutilados", relató años después el inventor en una entrevista. Bajo esta premisa, Finisterre -como así quiso que le apellidaran en honor a su pueblo natal-, le encargó a su amigo carpintero Francisco Javier Altuna que diera forma a su diseño. Patentado en 1937, el gallego se afanó en su producción masiva en vano, pues todas las fábricas concentraban su esfuerzo bélico en armamento y munición a destajo.

 

 

Expansión en el exilio

Obligado al exilio por el desenlace de la guerra, Finisterre además perdió los diseños de su futbolín en una tormenta y, aunque aprovechó su periplo por América Latina para perfeccionar su invento con barras de acero y promocionarlo en todos los rincones, no fue hasta la década de los 60 cuando regresó a España y descubrió su extensión por la Península Ibérica, gracias a una empresa de Valencia que no le reconoció su autoría.

Pese a que existen notables diferencias -dimensiones, estructura…- entre el modelo internacional y el nacional, siendo las piernas de los jugadores la más notable: dos en España, por solo una en el resto del mundo; el futbolín se coló en bares, salones de juego y casas de todos los lugares del planeta y en los años 50 proliferaron las federaciones, aunque la española no vio la luz hasta 2008.

 

 

La bola no para de correr

En 2002, ocho países se unieron para crear la Federación Internacional durante la celebración de la primera Copa del Mundo de futbolín y actualmente ya son más de 40 estados, que ahora persiguen el reconocimiento del Comité Olímpico Internacional para su inclusión en los próximos JJOO.

Camino del siglo de antigüedad, el futbolín continúa goleando a todas las generaciones porque potencia las aptitudes mentales y físicas, coordina los reflejos, estimula la complicidad del jugador con el compañero, lo que favorece las actividades colectivas. Toda una amalgama de virtudes que, pese a los avances en entretenimiento con los videojuegos y todo su ecosistema tecnológico, le otorgan al futbolín un atractivo perenne, que a la par va forjando un férreo magnetismo coleccionista.

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