4 de feb, 2022 por Adrián Cortés
Internet, que todo lo revoluciona, ha ocupado los salones con su inabarcable oferta audiovisual a la carta, arrasando a sus predecesores hasta motivar su desaparición. Sin embargo, la escasez del VHS le convierte en puro coleccionismo, el mejor reproductor de recuerdos.
Las ondulaciones en la pantalla, el sonido al rebobinar y la ranura que engullía casetes negros al hacer clic son hoy lugares comunes de la nostalgia coleccionista, pero no hace tanto formaban parte del decorado de todos los salones del mundo. Pese a la vorágine tecnológica que motivó su auge y desaparición, el VHS marcó un antes y un después en el consumo audiovisual.
En julio de 2016, Funai Electric anunció que finalizaba la producción de reproductores VHS. La empresa japonesa fue la última -tras Sony, un mes antes- en claudicar; había pasado de fabricar 15 millones de aparatos al año durante la década de los 80-90 a solo 750.000 en 2015.
La dificultad para conseguir los componentes y la escasez de demanda motivaron el punto y final de un reproductor de VHS reconvertido hoy en preciado artículo coleccionista. En nuestro catálogo, hay más de 175.000 lotes a la venta: películas, aparatos integrados o periféricos, cintas limpiadoras de cabezales… que dan buena muestra del interés y el valor de artículos que llevaron el cine a nuestros hogares por primera vez.
Aunque fue Sony quien lanzó el primer reproductor y grabador de vídeo doméstico en mayo de 1975, el Betamax fue eclipsado por JVC meses después. Pese a ofrecer una calidad de imagen inferior, VHS tuvo desde el inicio un precio más asequible, sus cintas eran de mayor duración y, además, entendieron que abrir su formato a otras compañías les haría ganar la batalla por conquistar el mercado.
Así fue como el VHS se coló en los salones de medio mundo y, de paso, abrió la puerta del videoclub, un lugar de encuentro entre cinéfilos. A priori, no eran más que una estrategia para alimentar las ventas de reproductores en las tiendas de electrodomésticos, pero pronto revolucionaron los hábitos de ocio y consumo del contenido audiovisual.
Si bien es cierto que tener el cine en casa ahora nos parece algo normal, hace pocas décadas el reproductor de Súper 8 era lo único que se acercaba. Algo que estaba al alcance de unos pocos privilegiados, por lo que la proliferación de estos reproductores de vídeos alimentaba también la experiencia de compartir con tus vecinos y amigos.
Hoy en día apenas sobreviven 300 videoclubs abiertos en España. La lucha contra la piratería y las descargas de Internet fue el preludio de la batalla -perdida- frente al algoritmo. La impetuosa carrera tecnológica se llevó por delante al VHS con el DVD, que a su vez fue engullido por el Blu-Ray, que, sin tiempo para asentarse, fue arrollado por las plataformas digitales que galopan salvajes por la banda ancha.
Estacionados en el arcén todocoleccionista, los nostálgicos no han dejado de comprar VHS y ya van más de 184.000 lotes vendidos. Desde los 500 euros pagados por la cinta original de Los Macabeos, Viejo Testamento de Parolini de 1962; a los 350 euros por 21 películas antiguas descatalogadas de Walt Disney; o los 300 euros que costó Spiderman, El hombre araña en acción de Nicholas Hammond de 1978.
Mientras discutimos qué ver en Netflix, HBO Max, Amazon Prime o Movistar+ todavía algunos echamos de menos empujar suavemente aquel casete negro con sus icónicos rollos para ver o grabar películas. Pese a la extensión de sus catálogos y la calidad de sus imágenes, a veces no alcanza para rememorar momentos familiares con la nitidez con la que el clic de un VHS reproduce tus mejores recuerdos.