2 de jun, 2023 por María José Moreno
Papeles garabateados, conchas de mar, entradas de conciertos o de cine ¿Quién no tiene una caja o un cajón lleno de artículos inservibles?, pero, ¿por qué los conservamos?
Rescatar del olvido y conservar los objetos que cuentan nuestra historia nos ayuda a entender quienes somos, quienes fuimos y a dar sentido a nuestro mundo. Pero ¿por qué? porque los objetos habitan los lugares con nosotros; son algo más que un elemento físico y pueden adquirir un sentido más allá del utilitario: un significado. Con ellos recordamos, materializamos nuestras supersticiones, demostramos nuestra reputación y nos distinguimos de los demás. Los objetos nos definen y nos sirven para forjar nuestra identidad en la sociedad y en el mundo.
Sin embargo, no sentimos ese vínculo especial con todas las cosas. Es nuestra relación con el objeto la que determina el valor que le atribuimos: si es una antigüedad, un artículo único o excepcional, si pertenece a contexto histórico especial, según la pertenencia o autoría, tipo de material o intencionalidad con que fue creado. En suma, hacemos una valoración en base al esfuerzo y al coste de los materiales, pero también por el valor moral y trascendental que le otorgamos individualmente o como un colectivo.
El coleccionismo está profundamente asociado al significado que le damos a las cosas; por eso, no es de extrañar que los coleccionistas sean personas con una gran curiosidad y un deseo de trascender a su tiempo, de inmortalizar y rememorar los recuerdos a través de los objetos. La añoranza que provocan estos recuerdos que se han vinculado a ciertos objetos nos hacen revivir momentos e incluso son capaces de infundir una nostalgia de épocas que tan siquiera hemos conocido. El acto de coleccionar está hondamente relacionado con el recuerdo, el acto mismo de traer a la memoria un tiempo pasado.
En relación a este asunto, Warren Ellis, compositor multinstrumentista y mano derecha de Nick Cave (The Bad Seeds), debutó como escritor en 2022 con un libro poco convencional, una suerte de autobiografía contada a través de los objetos que marcaron su vida: El chicle de Nina Simone (Nina Simone's gum: A Memoir of Things Lost and Found). Con un título tan sugerente no se esperaba menos que una pieza original, pero además de genuino aborda desde adentro la experiencia de apasionarse con un proyecto y, especialmente con un objeto, hasta el punto de convertirlo en símbolo, amuleto y pieza de museo.
El libro comienza relatando el último concierto de Nina Simone en Londres antes de su fallecimiento en 2003, concretamente en el Festival Meltdown de 1999. Según el autor, la Nina Simone que le dijo a Martin Luther King “No soy pacífica”, estaba en horas bajas cuando se sentó al piano y tocó la primera canción del repertorio; pero, para sorpresa de todos, se fue creciendo durante el transcurso de la noche hasta convertir la ocasión en un evento memorable para los que asistieron. Ellis, fervoroso fan de la sacerdotisa del Soul, se percató de que Nina había pegado el chicle que mascaba debajo de su Steinbeck y se lanzó a rescatarlo en cuanto la diva abandonó el escenario, tal vez porque intuitivamente sabía que no habría otra oportunidad de verla en directo. Cuenta Ellis que lo envolvió con sumo cuidado en la toalla con que la cantante se secó el sudor y lo guardó como su tesoro más preciado durante 20 años sin apenas mirarlo, hasta que en 2020, tras un largo proceso de preparación, fue expuesto como pieza de museo en la Biblioteca Real Danesa.
Aquello que se concibió como un documento fotográfico de todo el viaje del chicle, se le fue sumando una serie de retazos memorísticos de distintos momentos de su vida junto a fragmentos de emails y mensajes de whatsapp que intercambió con los orfebres, joyeros, comisarios de museos y amigos que intervinieron durante todo el proceso. Curiosamente, en aquella extraña empresa se fue gestando una conexión artística, y un tanto mística, en torno al símbolo de la Simone materializado en el chicle. Este relato sobre la experiencia propia como fan y co-creador se ha convertido en todo un documento pormenorizado de la conversión de un simple desecho en singular reliquia. En el libro recorre todas las fases del viaje del chicle: el rescate y preservación, la fabricación del molde, la construcción de las réplicas en distintos materiales y cómo llegó a ser la pieza más emblemática de una exposición itinerante.
¿Cómo calcular el valor moral, artístico y místico de un objeto? Cuando intentaron tasar el valor del chicle, cuenta Ellis, les pareció una misión imposible pues acumulaba un valor moral y memorial incalculable: la devoción y la fuerza de Nina, la cadena humana de favores en torno al proceso, la propia experiencia para convertir un desecho en arte y después en reliquia. No obstante, aunque el chicle se mantiene guardado como un tesoro en una caja fuerte, hay otros ejemplos similares que sí han llegado al mercado. En 2013 un aficionado en el partido del Manchester se hizo con otro chicle mascado, esta vez por el mítico entrenador del Manchester United Alex Ferguson. En este caso no se convirtió en un objeto de culto ni fue expuesto en un museo; en cambio fue subastado por la friolera de 456.000 euros.
Pero ¿por qué adquiere tal valor una simple goma de mascar? Porque se convierte en un símbolo, el objeto encarna el espíritu, el recuerdo y la esencia del acontecimiento o la figura. Recordemos el traje Chanel rosa que vistió Jackie Kennedy el día del asesinato de su marido hoy día custodiado en los Archivos Nacionales de EE.UU. Se conserva como un tesoro nacional, que cuenta la historia de su sufrimiento como mujer y, a través de él, el de todo un país. Un traje manchado de sangre para no olvidar la barbarie, un chicle para recordar la lucha por los derechos humanos o la legendaria trayectoria de un mítico entrenador, explican —mejor que las palabras— el tipo de relación que mantenemos con los objetos que nos rodean: hacen acopio de nuestra memoria, adquieren un valor y significado como depositarios de la historia y de nuestra nostalgia.